miércoles, 30 de diciembre de 2009

Desde los 17 años fue bautizado por la prensa deportiva argentina como “el Cuchara” Ramírez. Estaba destinado a ser, sin duda alguna, el mejor portero de la historia de su país y uno de los mejores guardametas del mundo. Su vida era perfecta. Acababa de firmar un contrato multimillonario con el Manchester United, su tan soñado paso a la elite del fútbol europeo se había hecho al fin realidad. Lo único que le hinchaba las pelotas era ese jodido mote. “El Cuchara”, manda huevos. Cada vez que oía ese nombre recordaba a la abuela Rogelia y a su maldita comida. Todos los viernes de su infancia tenia para cenar sopa fría de frijoles a la cuchara oxidada. –Eso le da mas sabor jodio, no dejes ni gota boludo- le decía la guarra. ¿Mas sabor?, hija la chingada, la muy agarrada lo hacia para no comprarse cubiertos nuevos.
Al principio solo fue un grano en su carrera deportiva, pero a medida que el tiempo pasaba y los recuerdos eran más nítidos, esa pequeña protuberancia en su piel paso a convertirse en un tumor maligno. Pronto dejo la selección, le martirizaban los escandalosos locutores de su tierra. Pero su cruz seguía a su vera. En Inglaterra empezaron a llamarle “the spoon” y no le quedo más remedio que cambiar su tan destacada habilidad de agarrar el balón. Se paso a los despejes y al año y medio ya estaba de vuelta a Argentina en un equipo de tercer nivel. Alguna vez escucharas en la memoria de algún Argentino: - ¿Ramírez?, ¡ah si!, lo recuerdo, tenia futuro pero no triunfo. Creo que le llamaban "el cuchara oxidada de sopa de frijoles”.

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