domingo, 7 de marzo de 2010

Mi mujer, María Olvido, hace diez años que padece Alzheimer. En los últimos cuatro meses ha entrado en un único bucle de caminar del pasillo a la cocina y de la cocina al pasillo hasta que sus piernas le dicen basta. Cada día aguanta más, esta echando unos gemelos que dan miedo. Me gustaría saber si un maratonista hace tantos quilómetros al día como ella.
Al inició de su nuevo “hobby” tuve un motivo más para compadecerla, pero ahora la envidio, que maravillosa suerte tiene de olvidarlo todo, de dar un paso sin tener ni jodida idea de cuantos ha dado anteriormente y de cuantos dará en un futuro.
Hoy me siento en el sofá dispuesto a olvidar, quizás por la envidia o por la necesidad de volver a hacer algo juntos. Empiezo por desconocer su enfermedad y el paseo solo es eso, un paseo, un acto seguido de parar la mesa o de sentarse en el sofá a mi lado para ver la tele. Al rato abandono el conocimiento de saber quien es esa mujer y solo estoy atento al sonido de esos pasos que se acercan. Al silencio de toc-toc en el inicio del comedor la veo por primera vez en mi vida, es preciosa. Se sienta a mi lado, detiene su marcha sin que le hiervan las plantas de los pies. Me mira, nos miramos y me habla, al cabo de cinco años me vuelve a hablar: - Ramón, hay cosas en esta vida que no se olvidan-

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